En muchas pinturas, también medievales y renacentistas, el gato aparece sencillamente como un animal doméstico y tiene una función decorativa. En algún caso, sin embargo, puede asumir un significado simbólico, en particular en las representaciones de la Última Cena, y entonces representa el mal o el mismo demonio.
Esto se deduce del hecho de que se le coloca cerca de Judas, convirtiéndose así en imagen del diablo, que “Durante la Cena, el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo” (cfr. Juan 13,2).
Esto se ve, por ejemplo, en el fresco del Ghirlandaio en el museo de San Marcos (Florencia) o en la pintura de Jacopo Bassano en la Galleria Borghese de Roma. Judas es reconocible porque tiene en la mano el saquito con los treinta denarios.
En otras pinturas, el gato está representado mientras se enfrenta a un perro, por ejemplo en el fresco de Cosimo Rosselli en la Capilla Sixtina, o en la pintura del Romanino en el refectorio de Santa Justina en Padua. El perro se había convertido en la Edad Media en símbolo de fidelidad, y por tanto es probable que el enfrentamiento con el gato aluda a la lucha entre el bien y el mal.
En efecto, en la Última Cena Jesús anticipa su pasión y muerte, descrita como la victoria de Cristo sobre el príncipe de este mundo, el diablo, la victoria del amor sobre el mal y el odio.
Con todo, más allá del significado simbólico negativo que quizás asume, el gato no tiene nada de diabólico, es una criatura de Dios que hay que amar y que sabe devolver el afecto que recibe.
octubre 12, 2019
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Curiosidades
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