El llamado “Chi-Rho” o “Monograma de Cristo” es uno de los símbolos más antiguos de la cristiandad
Las figuras del arte cristiano primitivo se centran, principalmente, en la narración gráfica de los sucesos evangélicos y en la reproducción –que nos atreveríamos a calificar de prácticamente “serial”, por criptográfica- de imágenes simbólicas y alegóricas.
A los frescos de las catacumbas de Priscila (en Roma, de principios del s. III), por ejemplo, pertenece la imagen más antigua de la Virgen María). El conjunto representa uno de los temas centrales de la fe cristiana, y una de las más tempranas figuras del arte.
La visión de Constantino, según Rafael Sanzio
Entre todas estas imágenes destaca en primer lugar, indiscutiblemente, la Cruz. Desde el nacimiento de la Iglesia, ya era empleada como emblema de la propia persona de Cristo.
La sola idea de un dios condenado a muerte, mediante la imposición del castigo reservado a los peores criminales, fue considerada absurda por el gobierno romano, “pues la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan […] es fuerza de Dios […]. Mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado” (1 Co 1, 18).
Sólo a partir de la aceptación del cristianismo por Constantino el Grande (entre 270 y 288-337) la cruz empezó a reproducirse profusamente, sustituyendo el monograma de Cristo, Ji-Ro o Crismón formado por las letras griegas C y R las primeras letras del nombre de Cristo, en griego, que hasta entonces era el emblema distintivo de la comunidad de creyentes: ΧΡΙΣΤΟΣ, el Cristo.
Sólo a partir de la aceptación del cristianismo por Constantino el Grande (entre 270 y 288-337) la cruz empezó a reproducirse profusamente, sustituyendo el monograma de Cristo, Ji-Ro o Crismón formado por las letras griegas C y R las primeras letras del nombre de Cristo, en griego, que hasta entonces era el emblema distintivo de la comunidad de creyentes: ΧΡΙΣΤΟΣ, el Cristo.
Pero este monograma, por sí mismo, no asociado al nombre de Cristo, ya había existido en la Antigüedad, a modo de abreviatura de la palabra chréstos, “ungido”, como un símbolo de buena fortuna.
Ha sido entendido como el mismo signo que cuentan sus biógrafos que se apareció a Constantino –en visión o en sueño- la noche antes de la batalla contra Magencio en Saxa Rubra (312), como cuenta Eusebio de Cesarea en su Vida de Constantino.
Según James Hall, autor del diccionario de temas y símbolos artísticos, no hay evidencia certera “de que el emperador haya introducido este símbolo [en el estandarte imperial romano, como aparece en las monedas de la época] con alguna intención propiamente cristiana”.
Sin embargo, el mismo Eusebio pone en boca de Constantino una abierta confesión de fe (como se lee en su Historia Eclesiástica, escrita en la primera mitad del siglo IV), cuando, en la estatua que levantan al emperador en el Foro romano, “sosteniendo en su mano derecha el signo salvador, los mandó que grabaran estas palabras en la inscripción, en lengua latina: «Con este signo salvador, que es la verdadera prueba de valor, salvé y libré vuestra ciudad del yugo del tirano…»”.
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